aprende con penelope

Woman Penelope 

experiencias basadas en hechos reales

tu tiempo es limitado, asi que no lo pierdas viviendo la vida de otra persona

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el llanto no detiene la intención de desnudar mi alma

Caía la tarde de un día de septiembre. Yo acababa de cumplir 11 años. Recuerdo que esperaba a mi mamá, que llegaba los viernes como a las 7:00 de la noche de su trabajo en una casa de familia. Ese hombre me llamó y me pidió que le llevara agua a la habitación. Entré y me dijo…

 

— ‘Cierra bien la puerta’. 

 

No me asusté. Él era mi papá” “Cuando le pasé el vaso, me agarró por la mano y me dijo: ‘¿De quién son esos senitos tan lindos que tienes?’ 

Era una niña, pero no lo podía creer. Solo yo decía…

 

— no, no, no... 

 

Me quitó la blusa e inició su asquerosa acción. Yo lloraba y él me decía: ‘¿No te gustó?, ¿no te gustó?’. Dios, ahí comenzó mi vida a ser un infierno”, cuenta entre sollozos, quien hoy es ya una psicóloga.

 

El llanto no detiene su intención de ‘desnudar su alma’ contando su historia para ‘servir de prevención’ a tantas niñas vulnerables.

 

“Lloré hasta que se me consumieron las lágrimas. Mi hermanita de solo cinco años me preguntaba qué me pasaba. La miraba con pena por el monstruo que nos había tocado como padre. Él sí sabía que mi mamá no llegaría porque tenía que quedarse a trabajar ese fin de semana.

Así que pensé: bueno tengo que proteger a mi hermanita, y no me separé de ella ni un instante”.

 

Tuve que prepararle la cena a “esa bestia”. “Recuerdo que le hice pan con chocolate.

Se lo puse en el trapo de mesa que teníamos, y me obligó a que se lo llevara a la cama. Fui con mi hermanita y se dio cuenta que lo hice para protegerme y protegerla. De inmediato me gritó…

 

— ‘¿Qué te pasa a ti?, ¿crees que por la niña no te vas a acostar conmigo de nuevo? Te equivocaste.

Duérmela o si no la atiendo a ella’.

 

Se me enfrió el alma. Por suerte llegó un primo a dormir a la casa”.

 

 

AÑOS DE SILENCIO POR SALVAR A SU HERMANA


La segunda vez que mi padre abusó de mi fue aun más traumática., hoy con 24 años me he atrevido a compartir mi historia de incesto con el interés de que se mantenga más vigilancia sobre los infantes.

 

“Nunca olvidaré ese fatídico martes cuando llegué de la escuela, y ahí estaba, esperándome. No me dejó comer. ‘Así es como me gusta verte, con tu uniforme’, me dijo ese cerdo. Me llevó a la habitación a la fuerza y me violó dos veces seguidas.

 

Yo no tenía fuerza ni para llorar. Lo fueron a buscar y se fue.

Solo escuché cuando me grito…

 

— ‘En la cocina está tu comida mi amor’. 

 

No comí nada. Como a las cinco de la tarde pude pararme cuando la vecina que cuidaba a mi hermanita me llamó para entregármela”.

Recuerdo que la vecina, curiosa me preguntó

 

— ¿Tú te sientes mal?

—“No. Es que tengo sueño”. 

—“Pues duérmete, que traigo la niña más tarde”. 

 

A esta petición dije que sí. No quería que su hermanita la viera en esas condiciones. “Porque aunque yo era una niña, la situación de pobreza me había convertido en una adulta que fregaba, lavaba, hacía cena y cuidaba de mi hermanita por las tardes”.

 

Era esa vecina la que le pasaba la comida para los tres (el padre y las dos niñas), sostiene la joven que asegura que cuando fue violada la segunda vez solo habían pasado 15 días desde la primera. “No fue antes porque el primo que fue a dormir aquella noche, se quedó por más días. También recuerdo que cuando pasó la primera vez, cuando a la semana mi mamá volvió, ni cuenta se dio de mi tristeza”.

 

— “Mi mamá también era una víctima de esa bestia. Fueron muchas las veces que la escuchaba gritando que la dejara cuando quería estar con ella a la fuerza. Era un enfermo”, dice ahora apretando sus puños como si quisiera tenerlo enfrente para hacer justicia con sus propias manos y, con los conocimientos que ahora tiene.

 

En la tercera ocasión, la vecina casi lo descubre. “Tocó la puerta varias veces y estaba como desesperada.

Él me dijo: ‘Hazte la dormida, corre’. Así lo hice, pues ya en varias ocasiones me repetía que si lo delataba le haría lo mismo a mi hermanita”.

“mi mamá no se daba cuenta porque yo tenía que sacar fuerzas para disimular y así evitarle más sufrimiento.

 

En la escuela cuando me mandaba a buscar decía que era que a mami le hacía falta. Y a mí me decía: ‘No te atrevas a decir nada en la escuela, que ya sabes lo que pasa’. Esas amenazas eran cada vez más constantes, y yo me ponía más vulnerable”.

 

Los años transcurrían y los abusos se hacían cada vez más frecuentes. “Yo estaba resignada a aguantar, y mi único escape eran los estudios, cosa rara porque a quien le pasa esto tiende a bajar sus calificaciones. No te niego que había días que no podía concentrarme, pero como mi meta era sacar a mi mamá y a mi hermana de las garras de ese monstruo, tenía que batallar”.

 

En mis nueve años de tortura, recuerdo que el momento que más me marcó fue cuando cumplí 15 años.

 

— “Uf, qué fuerte”, respira y lo piensa antes de contarlo. “Bueno, te lo diré.

 

¿Sabes con lo que me salió ese demonio? Dios. Me dijo: ‘Tu regalo de 15 años te va a gustar. Vas a aprender a hacer el sexo oral’. Por Dios qué asco, no puedo recordarlo. Es más, mejor dejemos esa parte ahí.

 

Confórmate con saber que a partir de ese momento, siempre tenía que hacerlo”.

Guarda un largo silencio. Sus ojos humedecidos y sus manos temblorosas dan cuenta de que efectivamente, eso fue lo que más la marcó. 

Después de ahí, durante cinco años más continuó mi tortura. Tenía sobre mis hombros seguir siendo abusada, tratar de que mi madre no se enterara para que no sufriera más, proteger a toda costa a mi hermanita, hacer los quehaceres de la casa, estudiar, y lo peor, saber que tenía que vivir con esto de por vida”. 

 

 

“¡Por fin el monstruo ya está muerto!”


Cuando tenía 20 años, cumplía nueve siendo víctima de abuso por parte de mi padre.

 

Recuerdo que fue un domingo en la mañana cuando una tía, hermana de mi madre, me preguntó…

 

— “¿Por qué es que tú siempre estás triste? Siempre he querido preguntarte eso”. 

 

Ese día yo estaba muy sensible, y más que en lo que ella y mi mamá salieron a comprar una carne, ‘esa bestia’, me obligó a estar con él. No pude contener el llanto y, como en ese momento solo estábamos ella y yo, se lo conté, y le dije lo del chantaje”, respiré con alivio por haberme atrevido a revelarle la verdad a mi tía. 

 

Como era de esperar, ella no lo podía creer... “Lloró conmigo, pero debía disimular. Me dijo…

 

— ‘Tranquila. Eso se acabó’. 

 

Buscó la forma de que él no se enterara de que lo sabía, y fue tan inteligente que hasta se tomó unas cervezas con él. El lunes, a las 12:35 de la tarde, ella se apareció en la casa con una orden y unos policías, cuestión de que mi hermanita, ya con 14 años, no estuviera ahí. Estaba en la escuela. Él repetía…

 

— ‘Pero qué pasa aquí, pero qué pasa aquí’. 

 

Uno de los agentes le contestó…

 

— ‘Usted se lo va a decir a la justicia’. 

 

Me acuerdo como si fuera ahora”. Mi tía se quedó conmigo. No le contó nada a mi madre, hasta el viernes a las 6:30 de la tarde cuando llegó a casa desde su trabajo.

 

“Es una de las peores cosas que he vivido, tener que decirle eso a mi madre. Se quiso morir. Sufrió, sufrió... Sufrió mucho por mí”, llora sin cesar al contar esta parte. A los seis meses de esto, mi tía, que desde entonces siempre me respaldó, llegó a la casa y nos informó…

 

— “¡Por fin, el monstruo ya está muerto!”. “No sé que sentí, de verdad que no, lo que si puedo decir es que a mi mente solo llegó un pensamiento: ‘Guardé silencio, pero salvé a mi hermana’, que era lo que me importaba”.

 

Mi madre murió hace dos años, de cáncer y sufrimiento. “Mi hermanita supo la verdad hace un año. Y lo que hoy le aconsejo a ella, es lo que me ha hecho contar con su ayuda.

 

 

 junio2023womanpenelope.es